10 de febrero de 2009

    Noche de bodas

Hace un par de años tuve un novio que viajaba mucho. Eso no hubiera sido problema si yo no hubiera estado en una etapa fiel – ¡las he tenido también! Esas dos cosas combinadas implicaban mucho tiempo sola, con las consiguientes y obvias ansiedades. Muchas veces salía con amigas, pero al no tener interés en pescar ‘algo’ (o alguien, digámoslo claramente) esas actividades me resultaban un poco aburridas. El tema era que mi novio me cogía poco, pero me cogía bien y yo no tenía ganas de otro tipo. Sencillito como eso.

Una noche, luego del baño, mientras me secaba, pensé como podría hacer para que esa velada fuera especial para mí. Había estado charlando por teléfono durante la semana con mi novio, hablando de nuestro reencuentro. Habíamos planeado una salida, un paseo especial... la idea de esa velada romántica me excitó, y me di cuenta de cuanto hacia que no me sentía así... al menos una semana, demasiado tiempo. Debìa solucionar eso.

Fue así que caminé hacia mi placard. Estaba desnuda aún, solo con turbante de toalla en mi pelo mojado. Me había excitado y quería sentirme linda. La idea de pasar una velada mimándome se plantaba en mi cabecita. Revisé mi ropa, pasando prenda tras prenda, pero nada me conformaba. En una noche normal me conformaría con una camisola o un pijama de franela, pero quería sentirme bella por dentro y por fuera, y ninguna de esas prendas lograba enamorarme.

Entonces tuve una inspiración, me zambullí en el fondo del placard y saqué una percha con su funda de nylon negro. Y casi con reverencia, bajé el cierre que protegía su contenido.

Adentro estaba mi vestido de novia. Sí, sí, sí. Así como lo leen. Aunque no lo crean, estuve casada, ¡y me casé por la iglesia! Pero bueno, cosas más raras han ocurrido.

Con cuidado saqué el vestido y lo estiré en la cama. Era una belleza, sigue siendo una belleza aunque hayan pasado años desde el fatídico día en que lo usé, evidentemente los vestidos de novia no pasan de moda. Todavía me acuerdo de la sensación de precipitarme al vacío que experimenté mientras caminaba por ese corredor, lo único que podía pensar era en no tropezarme y caer delante de trescientas personas que me taladraban con los ojos... sobretodo porque si lo hacían, verían lo que había – o no había - debajo del virginal blanco.

Y estaba todo allí aún, colgado dentro de la funda también, la ropa interior que había usado resaltaba por su negrura contra el blanco del vestido, así como había resaltado ese día contra la palidez de mi piel.

El conjunto de corsé, portaligas y medias me llamaban y no pude evitar hacerles caso. Dejé caer la toalla y me envolví en la dureza suave del corsé de seda y encaje bordado, llegaba justo debajo de mis senos ya que no me había animado a usar uno que se pudiera aparecer por la línea del busto. Mis tetas grandes y pesadas quedaban sin sostén así, pero se veían aun más blancas y cremosas en contraste. Me puse luego el portaligas y me senté en la cama para deslizar las medias también negras por mis piernas, disfrutando la sensación de mis manos contra mi piel, y sostenerlas al portaligas con sus broches. Sin bombacha. No había usado bombacha aquel día, y no pensaba ponerme una ahora.

Luego, despacio, con cuidado, me puse otra vez mi vestido de novia. Blanco, emperifollado, lleno de vuelos y encaje, todavía me quedaba como el día de mi boda. Me sentí muy mala, vistiéndome de blanco virginal cuando me sentía tan poco virgen…

Fui al baño otra vez entonces, y terminé mis preparaciones. Sequé mi pelo, y moldee mis rulos con los dedos, lo dejé suelto; me gusta la sensación del pelo rozándome la espalda y el nacimiento de las tetas, luego me maquillé con esmero, dejando mis ojos aún más grandes y la boca roja y madura, otro contraste que me encantó; no me apliqué rubor, todo ese proceso me tenía acalorada de más y mis mejillas parecían manzanas ya tentadas.

Estaba lista. Me aprecie un minuto más en el espejo de cuerpo entero antes de apagar la luz y disponerme a volver al dormitorio; dejándolo iluminado únicamente por la estufita de cuarzo del baño. Cuando me disponía a apagar también esa llave, volví a captar mi imagen en el espejo, con el halo rojo y suave del cuarzo a mis espaldas.

En el espejo, con esa luz, parecía otra persona. En la penumbra, parecía una novia joven e inexperiente, preparándose para la noche de su boda. Definitivamente otra persona. Esa imagen me excitó, así que decidí pasar el resto de la noche en esa habitación, iluminada apenas por el resplandor de la estufa, en compañía de esa jovencita ansiosa.


En el espejo, pude ver mi respiración acelerarse. Mis tetas redondas, se aparecían por encima del blanco del vestido, y sentí mis pezones endureciéndose. Deslice mis manos por la aspereza del encaje y me calenté todavía más. Una sensación calida se empezó a formar dentro de mí. Apreté mis pezones a través de la tela y pude sentir un estremecimiento recorriendo mi cuerpo.

Miré al espejo nuevamente y me imaginé que la mujer que estaba tocando era realmente esa otra, alguien inocente todavía, y me estimulé con la idea de estarle provocando esas sensaciones a la noviecita del otro lado. Dándole placer, iniciándola. ¿Y si fuera cierto? ¿Qué se sentiría ser la primera? ¿Estar con alguien que nunca ha sentido placer sexual, iniciarlo con esmero, paciencia, haciendo que las ansiedades crezcan, primero en su mente y luego en su cuerpo? El placer... ¿Enseñarle a sentir, a gozar?

Mi dios, mi cabeza me estaba traicionando, de pronto había perdido todo el control de la situación. Ya no era la mujer experimentada y hábil que soy, o tal vez si... sentía que me desdoblaba en dos, la que miraba en el espejo, yo, y a la que miraba, una virgen ansiosa en su noche de bodas.

Todos estos pensamientos me estaban llevando a un estado de excitación tan grande, que necesitaba sentir más. Mis piernas temblaban, sentía el roce suave del satén en mi piel, y mis manos las rozaron por encima de la tela resbalosa. Sin dejar de mirarme en el espejo, mis piernas se abrieron sin una orden conciente. Gemí. ¿Era yo esa jovencita de blanco, con las piernas abiertas mostrando unas medias muy negras, ligas y nada más?

Necesitaba más, más de ella, más de mí. Mis dedos hábiles, de uñas largas y muy rojas, encontraron enseguida el camino a mi conchita... no, su conchita. No me había puesto bombacha, así que nada me separaba de sentirme, o sentirla.

Mis dedos jugaron con mis pliegues, disfrutando el rocío de mis jugos, y llegaron a mi clítoris. Tan caliente y húmedo, que no pude evitar tocarlo, suavecito, apenas un roce, pero la sensación eléctrica que me recorrió me hizo saltar. Mi dios, ¡cómo deseaba que fuera realmente la conchita de la novia, sentirla así, mojada y deseosa por mí! Sentía que rápidamente me elevaba a un estado de éxtasis, y hubiera dado cualquier cosa por realmente tenerla allí, tener a esa jovencita a mi alcance. La inventaba apenas mujer, pero deseando serlo ansiosamente, nerviosa pero entregada, excitada, temblorosa. Esa imagen hizo que mi conchita pulsara, y la imaginé ajena, mi mano deslizándose por ella, despertando nuevas sensaciones y placeres en esa otra mujer.

Acariciaba, tocaba, rozaba, a veces suave y a veces fuerte. Me deleitaba en mis jugos, llevé mi mano a la boca, y saborée mi, su, humedad mientras la miraba a los ojos en el espejo. Casi me sentía desvirgarla. En ese momento ya no me importaba a quien tocaba, las sensaciones eran tan fuertes que perdí dominio y me deslicé a las baldosas frías del piso. Me podía ver aún, una nube de tela blanca, abriéndose al negro de mis piernas y el rosado encendido de mi conchita excitada.

Mis dedos encontraron el ritmo, presionando y rozando, en círculos, alrededor de mi clítoris, se escapaban, penetraban mi vagina, volvían a salir para tentar a mi clítoris que se sentía hinchado y mucho más grande, enviando oleadas de placer a través de mi cuerpo. Mi excitación me hacía débil, temblorosa en el piso, que ya no se sentía frío - lo único que sentía en ese momento era la necesidad imperiosa de acabarme.

Mi mano izquierda logró atrapar una teta por el escote del vestido, y la empezó a amasar siguiendo el ritmo de la otra, cada vez más fuerte y rápido, como me gusta, y sin querer hablé, le hablé a la mujer del espejo:

-¿Te gusta, verdad? Se siente bien así, rico, rico... ¿te lo imagianabas tan rico?

Temblando, me incorporé en mis rodillas y me acerqué al espejo, deseaba ver con más claridad la cara de mi novia cuando le diera su primer orgasmo. Mis manos seguían moviéndose, entrando y saliendo de mi conchita ahora, rozando con fuerza mi clítoris en el proceso, mis gemidos ya no eran gemidos, sino casi gritos y el placer era tan grande que temía no poder mantenerme en esa posición mucho más. Mi conchita y mi clítoris me gritaban que ya no aguantaban y sentía mi orgasmo montarse muy profundo dentro de mi cuerpo, temblaba casi continuamente ahora y tuve que luchar por mantener los ojos abiertos; la necesidad de dejarme caer en el piso otra vez era fuerte pero me esforzaba por mantener el equilibrio y seguir de rodillas.

El sudor brillaba en la piel de mis brazos y cuello y la sangre caliente me teñía la piel con más que color. Mi respiración estaba acelerada y mis gemidos contínuos llenaban el baño. Era la imagen de una hembra caliente y deseosa, y así la imaginaba a ella también, deseosa de mí, deseosa de sentir algo que no sabía aún bien que era. La virgen estaba a punto de dejar de serlo y ese pensamiento me dio nuevas fuerzas.

Me movía cada vez más rápido, mis dedos resbalosos corrían en círculos alrededor de mi clítoris pulsante, mi mano se empapó de pronto con un borbollón de líquido hirviente y me sentí gritar. Totalmente desconectada, vi el placer arremeter contra mi noviecita, maravillandome de las increíbles sensaciones que inundaban y atravesaban nuestros cuerpos. Me tensé en mis rodillas, totalmente ajena a cualquier incomodidad, y pude sentir las paredes de mi vagina contraerse y aflojarse, mi clítoris pulsar y explotar. Me tuve que apoyar en el espejo, mientras sentía las olas de placer que se extendían desde mi conchita a todos los rincones de mi cuerpo.

En el último momento logré volver a mirarme, mirarla a ella, y vi la sorpresa ante ese inmenso placer en la carita de mi niña, antes de perder toda expresión al sumergirse en su primer orgasmo, y sonreí.


(...)