17 de enero de 2009

     Laguna Negra 

Entre todas las cosas que he hecho, también fui líder de campamentos.

Increíble, hoy en día ni se me hubiera ocurrido una cosa así, pero en aquella época me pareció que que me pagaran mientras estaba de vacaciones era genial, y me embarqué con entusiasmo en la poco feliz tarea de entretener jóvenes imbancables mientras acampaban al lado de una laguna de agua negra, llena de curas y mosquitos.

Bueno, en realidad era la Laguna Negra, y el campamento es el de los Salesianos aunque ni se los ve, solo le estaba dando un poco de color. Pero ta, los mosquitos eran muchos mosquitos y los jóvenes eran tan jóvenes como imbancables.

Ese verano llegué a odiar a los adolescentes con fervor, y hubiera sido un verano totalmente desechable si no hubiera sido por una nena linda que me cambió los gustos.

Como decía Sofía Petrillo, la viejita de los ‘Años Dorados’, imagina esto: la Laguna Negra, verano del 96, Lolita sola y con síndrome de abstinencia, una adolescente con más calle que años y muy buen gusto – le gusté yo, al fin y al cabo- y una carpita chica para dos personas. Sugerente, ¿no? Bueno, con esos cinco elementos es que se teje este cuentito.

Eran estudiantes de 6to año en su viaje de egresados. Muchos, venían de Rivera y estaban locos por ver agua, y si algo tiene la Laguna Negra, es agua. Habían venido con ellos dos docentes, un profe y una profe, y la directora del liceo. La estaban pasando bien, sin dudas, cuatro días en las instalaciones de la laguna, disfrutando de la playita, y luego había planificada una excursión al bosque de higueras – maravilla natural – con su consiguiente acampada en medio de los higos (higos, higos, higos, higos – sorry, esto es para Marce, tiene locura por los higos) y un paseo de trekking por los montes alrededor, antes de volverse a sus pagos.

Las actividades se sucedieron como estaban previstas, los chicos se portaron tan bien como estudiantes de sexto año se pueden portar, y sus cuidadores, los profes y la directora, se portaron tan bien como cualquier can cerbero a cargo de veinte adolescentes con las hormonas alteradas se puede portar. Mis compañeras y yo, las ‘serias’ lideres del campamento, la pasamos bastante mejor que lo normal, siempre es mas lindo interactuar con muchachos de diecisiete a diecinueve años que con alumnos de escuela. Al menos mejora la visual.

Entonces el penúltimo día de estadía, fuimos al bosque de higueras, y luego de pasearnos interminablemente por ese paisaje árido, rocoso y lleno de árboles horrorosos – sorry Juana, pero NO me gustan las higueras, son ásperas y feas – nos trasladamos al sitio donde pasaríamos la noche.

Armar las carpas siempre era una transa, y decidir quien dormía con quien también. Las carpitas son para dos personas, y siempre había problemas al respecto. Increíblemente esta vez no los hubo. La profe y la directora dormirían juntas, mis dos compañeras en una carpa, y los chicos de dos en dos, el que sobraba con el profe (ese sí no parecía muy entusiasmado, la verdad) y las chicas de dos en dos también, pero como eran impares, una debería dormir conmigo. Generalmente éste es el punto donde se pelean, nadie quiere dormir con un profesor o una líder, así que me sorprendió que una de las chicas voluntariamente dijera: – Yo duermo con Lola, no hay problema.

Genial. Un problema solucionado, pensé yo, y nos pusimos a armar la carpita. Cada pareja era responsable de su carpa, así que la actividad en el campamento fue frenética por un buen rato. Luego armamos el fogón, y nos pusimos a preparar la cena campestre que estaba planificada en medio de cantos y cuentos. Fue una velada agradable, sin contratiempos, y agradecí el día menos como lo estaba haciendo cada noche desde que me había embarcado en la terrible idea de ser líder de campamento.

Horas más tarde por fin mis compañeras y yo nos pudimos meter en las carpas. Todos estaban durmiendo ya, la tarea de acomodar todo y limpiar era responsabilidad nuestra, así que siempre nos quedábamos para el final. Entré con cuidado en la carpa, tratando de no despertar a mi compañera de sueño, pero me sorprendí cuando vi que estaba aún despierta.

– Ah, – le dije, mientras me empezaba a sacar las botas y me ponía más cómoda – pensé que dormías.

– No tengo sueño, me dijo ella, y se incorporó en su sobre de dormir.

– Estás pasada de revoluciones, ¿no? le pregunté, sacándome la ropa y buscando el camisón en mi mochila. – Te entiendo, yo estoy muerta, seguro me cuesta dormirme.

– Algo así. – Cuando vio que me estaba por cepillar el pelo antes de acomodarme para dormir, la chica me preguntó, – ¿me dejás peinarte? Me encanta peinar, más un pelo como el tuyo.

Dudé un momento, con el cepillo en la mano, pero estaba cansada y siempre me había gustado que me peinaran.

– Dale, le dije, y le entregué el cepillo. La chica me contestó con una sonrisa tan amplia que parecía un solcito, y no pude más que responderle. Me giré, acomodándome con las piernas cruzadas y me dejé llevar por el placer que me da que me toquen la cabeza y me peinen.

La chica empezó a peinarme, y yo me dejé peinar. Delicioso, la sensación de sus dedos en mi pelo y el cepillo acariciándome el cuero cabelludo enseguida me hizo caer en ese sopor tan especial. Cerré los ojos y empecé a modorrear.

Estaba tan en trance que no me dí cuenta de que ella, además de peinarme, había comenzado a acariciar mi cuello y mi nuca con la otra mano. Se sentía muy bien, dejé caer la cabeza hacia adelante inconcientemente, como pidiendo más, y ella dejo el cepillo, y comenzó a acariciarme y masajearme los hombros, la nuca y el cuello con las dos manos.

Ahí me despabilé, levanté la cabeza de golpe y le dije: está bien así, Cristina (así se llamaba la nena, Cristina) Ya me voy a dormir.

– Es que estás muy tensa Lola, me dijo ella. Mirá estos nudos que tenés. Dejame que te dé un masaje, soy experta. Siempre se los hago a mi mamá.

Yo me debatía entre el placer que me estaban dando sus manos y lo que creía que no era correcto, pero mi umbral de duda en esos temas no es muy alto que digamos, así que me dije: “¿qué mal puede hacer dejar que Cristinita me dé un masaje?” y me entregué a sus dedos hábiles y firmes.

Las manos de Cristinita se movían seguras, y rápidamente me volví a sumir en estado de trance mientras la escuchaba hablándome suavecito desde atrás. “Qué tensa que estás, Lola,” me decía, “tenés el cuello duro, necesitás mis manos vos.” “¿Te gusta cómo lo hago? Mi mamá dice que soy experta”

Y yo solo podía decir que sí, que lo estaba haciendo muy bien. Estaba totalmente entregada, o creía estar, al menos. No tenía idea de lo entregada que iba a estar aún.

Al ratito sentí sus dedos en mi pelo, masajeándome la cabeza. “¡Qué lindo pelo tenés! Tan suave, tan rojo. Me encanta tu pelo.” Acercó su cara a mi cabeza y aspiró profundamente: “¡Y qué bien huele! Me encanta su olor.” Cuando quise ver, había metido su carita en el hueco de mi cuello y estaba respirando allí, esa sensación me hizo erizar, mi cuello es muy sensible. Se me pararon todos los pelitos del cuerpo y me estremecí; casi la sentí sonreírse contra mi piel.

– Sabés, - me dijo entonces, – no puedo seguir así, tus hombros también están tensos, pero no puedo masajeártelos por encima del camisón.

Cuando me dijo eso, giré para mirarla. Realmente mirarla. Creo que no le había prestado atención,atención de verdad, hasta ese momento. Era una chica muy bonita, de piel suave y ojos oscuros, medio achinaditos, con el pelo negro largo y brillante, pero eso no fue todo lo que vi. Estaba arrebolada, las mejillas coloradas y los ojos brillantes, la punta de su lengüita rosada aparecía entre sus labios y respiraba agitadamente. Cristinita estaba excitada, eso era evidente, y esperaba mi reacción.

Al verla así, me calenté también. Los síntomas eran inequívocos, la conchita me pulsaba, noté una humedad viscosa y bienvenida extenderse dentro de mí, y sentí que la angustia inminente del deseo me apretaba el pecho. Nunca me había pasado algo así con una mujer, mi predilección por los hombres había sido total hasta ese momento, pero Cristina me estaba excitando. Era una niña, una campista a mi cargo, y sin embargo ahí estaba, ofreciéndose y tentándome de esa manera.

La devoré con la mirada, notando cosas que antes ni habría mirado. La piel le brillaba, apenas húmeda de transpiración, los pezones duros se le marcaban nítidamente contra la lycra de su sostén – estaba apenas de combinación – y tenía los brazos tensos y las piernas apretadas entre sí, como conteniéndose. Las manos le temblaban, sabía que estaba decidiéndome y su ansiedad era evidente.

– ¿Qué edad tenés? - Le pregunté. En realidad era lo único que me importaba en ese momento.

Cristina se rió, reconociendo su victoria. – Tengo dieciocho, me contestó, los cumplí hace dos meses.

Me volví a dar vuelta, aliviada; no sabía si lo de la edad era cierto o no, pero mi conciencia se había aquietado y eso alcanzaba. Ya de espaldas, me subí el camisón y lo tiré a un lado.

– Tenés razón, le dije, estoy tensa. Mejor seguí con mis hombros. Pero antes apagá la lámpara por favor.- En esas carpitas, el juego de luces haría que nuestros movimientos parecieran un espectáculo de sombras chinas.

La chica no se hizo esperar, apagó la lámpara y sin una palabra siguió masajeándome; pero habíamos cruzado un umbral, y ambas lo sabíamos. Sus manos ya no eran las manos de una campista masajeando a una líder del campamento, se volvieron más audaces, y me recorrían la espalda, de la nuca a la cintura, con más esmero, acariciantes. Eran las manos de una amante.

Las sensaciones en mí iban montándose, pero Cristina solo me masajeaba la espalda, despacio, sus manitos no salían de esa área, arriba a abajo, a los lados, con más fuerza, con más suavidad. Mi piel hormigueaba, mi conchita se empapaba, podía sentir el olor de mi excitación y estaba segura que ella también podía sentirlo, pero aun así, sus manos se dedicaban a enloquecerme no haciendo nada más que frotarme la piel.

Las pocas dudas que podía haber tenido sobre la situación se me fueron entonces, Cristinita sabía muy bien lo que estaba haciendo. Creo que ella lo estaba midiendo, porque cuando ya no podía más, cuando casi me iba a levantar y decirle 'esto no puede ser', la chica me hizo girar rápidamente y puso su boca en la mía.

Sentí esa boca suave, tan suave, y me quede inmóvil. Nunca había besado a una mujer, aunque había fantaseado con ello muchas veces, sin dudas la realidad era mucho mejor que la fantasía. Su boca era suave, carnosa, tibia, y se presionaba firme contra la mía, quieta, como para acostumbrarme a su textura y su calor.

Tuve que abrir la mía. No pude hacer otra cosa, y apenas lo hice, su lengua se metió rápidamente en mi boca. Era rápida, e increíblemente, se sentía más suave que una lengua masculina. Me recorrió la boca de a poco, y yo me deje recorrer. Recorrió mis dientes, me lamió la lengua, jugó con ella, y luego se retiró a delinearme los labios, para volver a enterrarse dentro de mí. Era el beso más erótico de mi vida y me lo estaba dando una chiquilina.

Sus manitos empezaron a moverse entonces, las sentí rozarme las tetas de a poquito, mientras no dejaba de besarme. Se iban haciendo mas atrevidas, levantaron el peso de mis pechos en ellas, no las podían abarcar totalmente, agarraron mis pezones, los giraron, me juntaron las tetas, las acariciaron, las apretaron. Y yo estaba ahí, inmóvil, dejándome besar y amasar las tetas como si fuera un juguete en las manos de esa nena linda. Lo estaba disfrutando demasiado.

Seguía sentada a lo india, con las manos descansando en mis rodillas. Ella se había acomodado hincada delante de mí, inclinada hacia adelante para besarme y tocarme. Yo solo me dejaba, no podía hacer nada más. Entonces la sentí en mi entrepierna, sus dedos me acariciaron la conchita por encima de la bombacha, y yo pude sentir como la tela empapada le mojaba la mano. La sentí gemir dentro de mi boca, y sentí como esos dedos empezaban a frotarme por encima de la tela, de a poquito.

Era increíble, tenía su boca en la mía, una mano seguía acariciando mis tetas y la otra se había metido, atrevida, entre mis piernas y me pajeaba por encima de la bombacha; estaba totalmente empapada, el olor de mi pasión llenaba la tienda y yo me dejaba hacer. Creo que nunca en mi vida había sido tan pasiva y lo había disfrutado tanto.

No demoré mucho, estaba demasiado caliente, los dedos se abrieron paso empujando la bombacha adentro de mi conchita, tocándome directamente el clítoris a través de la tela; yo estaba tan, tan caliente, que fue como si me dieran choques eléctricos en el punto preciso dónde más sentía.

Me acabe así, sentada a lo indio, quieta, con su mano en mi conchita y su lengua dentro de mi boca. Cristinita aquietó mis gritos con besos.


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