17 de enero de 2009

     Picnic erótico

- Maldita sea.

La mujer tenía los brazos cruzados sobre el pecho y resoplaba. Estaba acalorada, el sol brillaba inclemente y el auto se recalentaba, aun con la puerta abierta. Ya hacía un buen rato que él había salido a buscar algún tipo de auxilio. Parecía mentira que una salida tan planificada y esperada se hubiera convertido en un infierno. Literalmente.

Lola se desabotonó aún más la blusa y la sacudió sobre su piel, haciendo aire. Estaba empapada, las gotas de transpiración corrían entre sus pechos y por su espalda. El pelo se le pegaba a la nuca y le quemaba. Miró el encaje blanco del sostén que se había comprado especialmente para esa ocasión, ahora empapado, y se rió. ¡Dios! Pensar que hacía meses que esperaba el famoso picnic erótico, y por una cosa o por otra no se había podido concretar, ¡y ahora esto!

Estaba todo preparado, una lona en la valija, una linda canasta con fruta y un vino en hielo, de esos que le gustaban a ella y lo hacían estornudar a él, y las ganas. Muchas ganas. Habían hecho muchos kilómetros entre las sierras para llegar a su destino, un lugar desolado. Martín conocía la zona, y lo había descrito como un lugar casi paradisíaco. Una arboleda a la que se podía llegar en el auto, un pequeño arroyo con un descanso profundo. El lugar ideal en el que pasarse toda la tarde cogiendo.

Esa era la idea, al menos, hasta que tuvieron la mala suerte de pasar por encima de una botella rota y pinchar DOS ruedas. De pronto el camino desolado era realmente desolado. Ni un alma a la vista, sin señal los celulares, y solo una auxiliar… Después de una buena puteada, Martín había hecho lo único que se podía hacer, salir caminando a ver si estaba ocupada esa casita que habían cruzado hacía diez kilómetros. Eso había sido hacía cuarenta minutos… y cada vez calor era más intenso y ella estaba más preocupada. Y con la preocupación, crecía el enojo.


Estaba pensando en todas las cosas que le iba a hacer a ese hombre cuando por fin volviera, cuando sintió ruido a caballos. Se asustó y miró por el retrovisor. Un par de caballos, montados por unos tipos, se acercaban. Cerró la puerta y subió el vidrio, puteando a Martín por dejarla sola en el medio de la nada. Los jinetes dieron un par de vueltas alrededor del auto antes de detenerse del lado de su puerta, y uno de ellos desmontó para acercarse a ella.

- ¿Necesita ayuda, señora?

- ¡La puta madre que te parió, Martín! ¡Qué sea la ultima vez que me asustás así!” le dijo ella, furiosa, cuando reconoció su voz, aún antes de verlo. La risa de él la enojó todavía más. Se bajó del auto como una tromba y saltó atrás cuando se encontró cara a cara con un caballo. -¡Martín! ¡Sacame este bicho de acá!

- Dificil, querida. Es nuestro pasaje de vuelta.

Lola miró el caballo otra vez, y de él a Martín. - ¿Pero vos estás demente? Yo no sé andar a caballo.

-¿Te vas a quedar sola acá? le preguntó él, y la miró con esos ojos oscuros que parecía que le veían hasta el alma.

-Ni loca, le contestó ella, pero mirando dudosa al caballo, ¡era tan grande!

-Yo la ayudo, Señora. La llevo si quiere.

Recién ahí Lola se acordó del segundo jinete. Un gaucho típico, hasta bombacha tenía. Una boina marrón caída sobre la frente no le tapaba unos lindos ojos azules que la miraban brillantes, y el pañuelo en el cuello no ocultaba un triangulo de vello claro que le asomaba por la abertura de la camisa. Lola parpadeó y se le ocurrió una idea para castigar a Martín por haberla asustado así.

- Me parece bien. ¿Usted me puede enseñar a montar? - le preguntó, levantando la vista hasta el gaucho. - Si usted me enseña, yo voy, - agregó, pero mirando a su novio. Martín solo se rió.

Eso la decidió y sin prestar más atención a Martín, Lola se subió al caballo del desconocido. No con poca torpeza, se acomodó en frente a él. La pollera se le trepó hasta medio muslo pero era imposible acomodarla mejor, y ella no se sentía segura para montar de costado. Sintió los brazos de él a sus lados, rodeándola mientras manejaba las riendas, y su pija contra su cola. Era inevitable, se sentía clarito en esa posición. Y después el caballo empezó a andar, y Lola le rezó a Jesús, María y José para no caerse del caballo.

Nerviosa, se arrepintió enseguida de haberse subido al caballo del gauchito y no al de Martín. A él lo escuchaba trotando atrás, y de vez en cuando se daba vuelta para mirarlo. El hijo de puta parecía estar disfrutando de su incomodidad, ¡hasta le guiñaba el ojo!

De nervios, se puso a hacer lo único que sabía hacer nerviosa: parlotear. Averiguó que se llamaba José, ¡José! parecía que sus plegarias habían sido respondidas. También se enteró que vivía con los padres en una estancia cerquita de ahí y que tenía 21, ¡21!, añitos. Él quería estudiar veterinaria en Montevideo y hacía tiempo que venía posponiéndolo. No, no tenía novia, aunque a veces viajaba a Minas a bailar los fines de semana. Sí, le encantaba bailar, sobretodo las lentas.

A medida que conversaba, Lola se iba relajando y disfrutando la situación. La pija de José a su espalda ya no se sentía ofensiva, al contrario, y ella se recostó en el amplio pecho del joven y se empezó a adormilar. Además, el movimiento pausado del caballo la rozaba muy placenteramente entre sus piernas, y ella acomodaba el cuerpo para sentirlo mejor. ¿Por qué nunca había montado antes? Si hubiera sabido que era tan agradable…

De pronto sintió el antebrazo de el rozándole una teta, primero pensó que era solo un accidente, pero cuando el roce se repito y se prolongó, se dio cuenta que no era así. No sabía mucho que hacer, así que se quedó quietita entre el círculo de los brazos de José. Su inmovilidad envalentonó al joven, porque pronto Lola sintió sus dedos rozándole una pierna, sobre la pollera, y luego unos dedos atrevidos sobre su piel.

Saltó asustada, y miró por sobre el hombro a Martín, que venía unos pasos atrás, a ver si él también lo había visto. La expresión en los ojos de él la sorprendió: ardían. Sin dudas había visto, y sin dudas se estaba excitando. Ella conocía bien esa mirada. Se sonrió, y se lamió los labios, sin dejar de mirarlo a los ojos. La exclamación ahogada que se le escapó a Martín fue suficiente para Lola. A ellos les gustaba jugar, y a ella le encantaba hacerle los gustos.

Ignorante de lo que pasaba entre los dos, José seguía jugueteando con sus dedos en el muslo de Lola. Ella giró a mirarlo, mientras ponía su propia mano sobre la de él y le sonreía. Despacio, Lola le guió la mano acercándola a ella, hasta que la perdió bajo su pollera. José no necesitó más, sus dedos encontraron rápidamente el camino hasta la bombacha de Lola, y empezó a jugar rozando la tela que se humedecía bajo sus dedos. Mientras, ella se recostó contra el pecho de el y apretó su cola contra su pija, que, no sorprendentemente, se sentía mucho más grande que antes. Mirando hacia el costado, notó que Martín había adelantado su caballo y los miraba descaradamente. Lola no despegó sus ojos de los de él, mientras se acomodaba mejor para darle a José más acceso a su conchita.

Sintió sus dedos acariciándola rítmicamente por sobre la tela empapada de su bombacha, buscando el sitio exacto y gimió de placer. Se sentía derretir, sentía los dedos de José en su conchita y los ojos de Martín en ella. Apoyada en el pecho del joven, se dejaba hacer, mientras no dejaba de mirar a su novio que la comía con su mirada. Se sentía muy puta, disfrutando de un hombre mientras la miraban.

Los dedos de José eran hábiles, jugaban con ella, la tocaban, presionaban, o se aflojaban, rozaban y rodeaban su clítoris, o se metían entre sus pliegues y se introducían traviesos en su vagina. Hacia rato ya que había salvado la barrera de su bombachita. Lola sentía que giraba en un remolino alucinante, y solo podía gozar. Agradecía que estuvieran en el medio del campo porque no podía más que gemir y gritar en brazos del joven gaucho. Él mientras le susurraba al oído que puta que era, que cuanto gozaba esa concha caliente y mojada que tenía y cuanto deseaba derramarse dentro de ella. Lola lo escuchaba, gozaba y miraba a Martín, que no había aguantado más y había sacado su pija enorme y deliciosa y se la tocaba mientras veía a su novia ser tan puta con otro hombre.

El orgasmo le llegó de sorpresa, y fue tan intenso que temió caerse del caballo, pero los brazos de José la sostuvieron mientras un espasmo tras otro la hacía gritar de placer. Nunca supo muy bien como, pero lo próximo que notó es que estaba en el suelo, a la sombra de unos árboles, y que José se desabotonaba el cinturón y liberaba una pija enorme frente a ella. Martín seguía sobre su caballo, mirándolos.

Lola no necesitó nada más, y tomó esa magnífica pija entre sus manos. Estaba hirviente, y tan dura que no parecía de carne. Cuando se la puso en la boca fue como probar ambrosia, estaba muy mojada y sabía deliciosa. Apenas le entraba en la boca de tan grande que era. Lola la lamió primero, pasando suavemente la lengua por su cabeza, grande y roja, recogiendo su jugo y saboreándolo. Luego fue bajando por el tronco interminable de aquella pija, lamiéndola toda hasta tenerla empapada entre sus manos.

Iba a metérsela en la boca totalmente cuando escuchó la voz de Martín, medio ahogada por su propia pasión pero bien clara. - No,- le dijo, -todavía no te la metas. Chupale las bolas ahora.

Obediente, Lola bajó entre las piernas de José y le chupó sus testículos, antes de metérselos en la boca, primero uno, y luego el otro. Por su parte, José se dejaba hacer, o estaba muy concentrado en su propio placer o le gustaba el juego tanto como a Lola y Martín.

Siguiendo las indicaciones de su novio, Lola pasó la siguiente media hora enloqueciendo de placer al gauchito: a veces lo lamía, a veces lo chupaba, o se lo metía en la boca hasta el fondo para luego sacarlo de golpe. O lo pajeaba con las manos mirando a Martín a los ojos, o lo chupaba fuerte y lo metía y sacaba rápidamente, cogiéndolo con su boca. Le chupaba la pielcita debajo de los testículos o la suave de la base de la pija. No se quedaba quieta.

Martín no se perdía de nada, pero sobretodo disfrutaba la calentura que se había ido montando nuevamente en Lola, y que se notaba en el río de jugos que corría por sus muslos mamaba a José. Con voz contenida, él la mandaba: “hacé esto, hacé aquello”, y ella lo obedecía. Mientras tanto él se tocaba, y se contenía, y esperaba. Deseaba que ella se sintiera muy puta, que se sintiera ‘su’ puta. Ya tendría tiempo de cogérsela él cuando el gaucho acabara, la cogería tan bien que ella nunca lo olvidaría.

Cuando ya no daba más de deseo, Martín le dio dos o tres órdenes precisas, la hizo hacer lo necesario para que el gaucho tuviera la mejor acabada de su vida, y en la boca de ella. La vio tragar, deseosa – la acabada fue tan copiosa que la leche se le escapó entre los labios y se derramó encima de sus tetas. La vio limpiarse, y llevarse los dedos sucios de esperma a su boca, mientras lo miraba y sonreía, ya completamente olvidada del hombre al que había – habían – hecho enloquecer de placer.

Recién ahí Martín se bajó de su caballo y se acerco al agotado José. Intercambiaron algunas palabras, y el gauchito asintió, sonriendo. Con una inclinación de cabeza a la mujer que lo había hecho gozar tanto, José se subió nuevamente a su caballo y se alejó trotando.

- ¿A dónde va?- Preguntó Lola, sorprendida y un poco asustada. - No nos va a dejar acá en el medio de la nada, ¿no?”

Sonriendo, Martín se le acercó y la hizo levantar del pasto. - No. El bueno de José nos va a venir a buscar en unas horas,- le dijo entre medio de algunos de los besos más apasionados que le hubiera dado nunca. Deseaba cogérsela ahí mismo, bajo esos árboles, y al lado de la carretera. Ya sabía todo lo que le pensaba hacerle, y no podía esperar o explotaría.

- Ah... - dijo ella, entendiendo, mientras le respondía los besos. -¿Así que vamos a tener picnic erótico al fin y al cabo?



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